miércoles, 12 de julio de 2017

Hay ocasiones en las que al presentar granadas en el mundo me gusta indicar algunas referencias sobre las mismas y ésta es una de ellas.
Os presento las granadas que adornan la portada de la tumba de la familia Haussmann, curiosas, bonitas y extrañas.


¿Qué motivó a Georges-Eugène, Barón Haussmann, a elegir este símbolo para la cámara que acogería sus restos y los de su familia para la eternidad? No lo sé y esa es vuestra aventura, averiguarlo.


Os pondré en antecedentes, en 1850 Paris conserva la estructura de una ciudad medieval, la distribución anárquica de sus calle ha permitido que la insurrección popular que tuvo lugar en París del 23 al 25 de febrero de 1848 obligara al rey Luis Felipe I de Francia a abdicar y permitió la proclamación de la Segunda República Francesa; el 10 de diciembre 1848, el primer Presidente de la República francesa es elegido por sufragio universal masculino: se trata de Luis Napoleón Bonaparte, el «príncipe-presidente», sobrino de Napoleón Bonaparte; la Constitución preveía un mandato presidencial de cuatro años, sin posibilidad de reelección, lo que al parecer no entraba en los planes de Luis Napoleón quien el 2 de diciembre de 1851 dio un golpe de estado que acabó con la segunda república, un año después, el mismo día de 1852, Luis Napoleón es proclamado como Napoleón III, el Emperador de los franceses, dando pie a Carlos Marx a escribir en el 18 Brumario de Luis Bonaparte la célebre frase:
“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”.
Y es que lo de Luis Napoleón fue una farsa, una comedia, comparada con la figura de Napoleón (trabajo excelente en que curiosamente cita a la Biblia: las ollas de Egipto –Éxodo 16:3-).
Pero ya me he perdido, retomo, Luis Napoleón comprende que la estructura de Paris, “calles sucias, populosas, e insalubres… cubiertas de lodo y chabolas improvisadas, húmedas y fétidas, llenas de pobreza, así como rastros de basura y desperdicios en las calles que dejaba el defectuoso e inadecuado alcantarillado…” –descripción de Shelley Rice en la época-, no permiten actuar al ejército para reprimir revueltas como la de 1848, la solución se la da Georges Eugène Haussmann, grandes avenidas cruzaran Paris, las barricadas serán inútiles, el ejército avanzará fácilmente para reprimir cualquier rebelión popular. El proyecto se aprueba, Paris ya nunca será una ciudad medieval será la ciudad de la Luz que conocemos.


Quizás, sólo quizás, las granadas en su tumba nos recuerden la estructura medieval de la ciudad que él destruyó para siempre.
Y vuelvo a la tumba, muchos años después, 1968, el que escribe -adolescente- atraído por la revuelta de mayo del mismo año y las lecturas de las obras de Lissagaray (La Comuna de Paris), Louise Michel (La Comuna), Carlos Marx (La Guerra Civil en Francia) y otros, marcha a Paris a recorrer los escenarios de la revolución de la Comuna ocurrida entre el 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, y en ese recordar escenarios visito el parque de Samuel de Champlain, dónde están las piedras originales del muro de los federados donde el 28 de mayo de 1871, 147 federados, combatientes de la Comuna de París fueron fusilados y echados a una fosa abierta al pie del muro, y el cementerio del Père-Lachaise donde se produjeron las escenas finales de la Comuna, y allí encontré la tumba de Haussmann el hombre que con su reforma urbana facilitó la derrota de la Comuna.